PINCELADAS SOBRE LA OCTAVA (II)
Por Bernardo López de Uralde Bailón
Del siglo IV al VI se dedicó poca atención a la variación de la “fórmula litúrgica” de los ochos días.
Los Sacramentarios (Libros litúrgicos antiguos de la Iglesia que contenían las oraciones y ceremonias de la liturgia de la Misa y de la administración de los Sacramentos) de Gelasio y San Gregorio no hacen mención de que los días formen parte de la fórmula, en el octavo día se repite el Oficio (Oración estructurada que realiza la Iglesia) de la fiesta.
Desde muy temprano el domingo siguiente a la Pascua y el octavo día de la Navidad son tratados por la Liturgia como días de fiesta. Ciertas octavas estaban consideradas como días de “privilegio”, en los cuales estaba prohibido trabajar. Después de que la Pascua, Pentecostés y Navidad recibieran octavas, la tendencia fue tener una Octava para todas las fiestas solemnes.
Desde el siglo IX se hace más frecuente tener octavas para las fiestas de los Santos. Ya en el siglo XIII esta costumbre se extendió a muchas otras celebraciones bajo la influencia de los Franciscanos. Las fiestas franciscanas de San Francisco, Santa Clara, San Antonio de Padua, San Bernardino, etc., tenían sus octavas.
En torno a 1568, coincidiendo con la reforma del Breviario (Libro litúrgico que contiene el Oficio Divino de la Iglesia o Liturgia de las Horas), se consideró regular las octavas. Se distinguen dos clases de octava, por un lado las de Nuestro Señor y por otro, las de los Santos y la dedicación. En la primera categoría se distinguen las fiestas principales (Pascua y Pentecostés), las cuales tenían octavas privilegiadas (son aquellas fiestas cuya fecha cambiaba) y las de Navidad, Epifanía y Corpus Christi, las cuales también estaban privilegiadas. Las octavas de los Santos eran tratadas casi como la de la Ascensión.
Esperamos que estas breves pinceladas hayan ayudado a que se conozca un poco más el origen de la festividad que estamos a punto de celebrar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario