miércoles, 3 de septiembre de 2014

NATIVIDAD DE LA VIRGEN

El próximo 8 de Septiembre celebramos la Natividad de la Virgen María, su nacimiento. En Ohanes lo hacemos bajo la advocación de Ntra Sra de Consolación de Tices y es la fiesta patronal de muchísimos santuarios, siendo una hermosa manera de simbolizar el nacimiento espiritual de la Virgen en muchos pueblos. Desde esta web siempre hemos valorado el conocer el origen de las celebraciones, y así saber el qué y el por qué de lo que estamos celebrando. La Fiesta de la Natividad de la Virgen surgió en Oriente, probablemente en Jerusalén, hacia el siglo V como dedicación de una iglesia a María, que en el siglo XII se convertiría en la Iglesia de Santa Ana. En el siglo VII la fiesta pasó a Roma apoyada por el Papa Sergio I.
Su fecha de celebración no tiene un origen claro, pero motivó que la fiesta de la Inmaculada Concepción se celebrara el 8 de Diciembre (9 meses antes). Pero más allá de los datos históricos, la Fiesta de la Natividad de la Virgen deberíamos aprovecharla para que cada uno de nosotros reflexionaramos sobre nuestra vocación, es decir " yo como cristiano para qué me llama Cristo".
La Natividad de la Virgen nos recuerda que Dios nos ha elegido para una labor concreta, pero esa labor tenemos que descubrirla. Para que lleguemos a descubrir, al igual que la Virgen, lo que Dios quiere de nosotros tenemos que cuidar y alimentar nuestra vida interior a través de la oración y de hacer el bien al prójimo.
Así como la Virgen descubrió que ella era instrumento de Dios, nosotros también tenemos que descubrirlo. La felicidad humana no estará completa si no descubrimos para qué estamos vivos, para qué nos llama.
En el trabajo, en la familia, en la vida religiosa, como laicos...todos estamos llamados a responder a esta pregunta: "Dios, ¿qué quieres de mí? ". La Fiesta de la Natividad de la Virgen es un momento idóneo para revisar si estamos poniendo los medios necesarios para cumplir la voluntad de Dios. Disfrutemos de la Fiesta y gritemos: "FELICIDADES MARÍA "

Por Bernardo López de Uralde.

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